Anónimo
Un señor de Puerto Ricocolgó en su balcón un loro
de rica pluma y buen pico,
un loro que era un tesoro
y a su amo costó un pico. Un vecino suyo, moro
de Tetuán recibió un mico.
Y a este mico, lo ató el moro
en su balcón ante el loro,
que así quedó frente al mico. Tanto y tanto charla el loro,
que un día se enfada el mico,
y con la furia de un toro
lo embiste; se esconde el loro,
rompe la cadena el mico, salta a la jaula del loro,
sale el loro, pica al mico
chilla el mico, grita el loro,
Se asoman, al ruido, el moro
y el señor de Puerto Rico. «¿Por qué no encierra a su loro?»
«¿Por qué no ata bien su mico?»
exclaman los dos, a coro.
Y uno le echa mano al loro
y el otro tira del mico. Cae el mico sobre el loro,
el loro le clava el pico,
los dientes rechina el mico
y, asustado, muerde al loro
y al señor de Puerto Rico. Este reniega del loro
y jura matar al mico,
mientras furibundo, el moro,
provoca al amo del loro
y embiste al loro y al mico. Hacia arriba vuela el loro,
se escurre hacia abajo el mico,
y, faltando al decoro,
caen, agarrados, el moro
y el señor de Puerto Rico. «¡Ay, moro, si pierdo al loro!»,
exclama el de Puerto Rico,
y airado replica el moro:
«¡Pagará caro tu loro,
cristiano, si pierdo el mico!» Les imita arriba, el loro,
muecas hace, abajo, el mico,
y no se sabe si el moro
es quien habla, o si es el loro,
o el señor de Puerto Rico. Crece el trajín: vuela el loro,
y va a caer sobre el mico...
Furioso el de Puerto Rico
viendo en peligro su loro
quiere ahora matar al mico. Le da un empujón al moro;
Viendo esto el amo del loro
se embarca... y ¡a Puerto Rico!
El mico, el loro y el moro.
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